
Me sentí corresponsable por esos cientos de estructuras desnudas, algunas desmontadas a medias, que son abandonadas por sus dueños hasta que vuelvan a producir plata y que ahí quedan acumulando óxido y tierra, afeando los distritos y los otrora hermosos paisajes de la costa peruana. Incluso los largos muros publicitarios que se pueblan de logotipos durante el verano en el invierno son “despintados” a la mala, sin el mayor respeto por el paisaje urbano: simplemente se tachan los logos a brochazos, ahorrando al máximo la pintura, el compromiso con la comunidad y el criterio de negocio sostenible.
Es como si los canales y las estaciones de radio dejaran sin señal los espacios publicitarios que no venden y solo transmitiesen lluvia estática durante esos 30 segundos.

Antes de que una dura ley los obligue a hacerse responsable de “sus hijos” también durante el invierno, podrían hacerlo por propia iniciativa. Podrían venderles a sus anunciantes los paneles a precios realmente marginales, o bien podrían dedicar todo su circuito de paneles a colaborar en temas sociales. Solo imagínese una campaña de 100 km contra las drogas, o a favor del reciclaje…
No importa cuánta gente transita por ahí en invierno, al abandonar sus estructuras ellos nos hacen cómplices a todos: creativos, agencias, anunciantes y autoridades. Es una incómoda sensación que se puede solucionar con un poco de la creatividad que desbordan durante el verano.
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